Encuentro cercano con un velero
Un velero es,
de entre todos los objetos que ha creado el hombre, el más semejante a un ser
vivo. Responde por sí mismo a las fuerzas de la naturaleza casi como un animal.
Es cruza de pez con ave marina: su casco es cuerpo que corta el agua con
delicadeza y a la vez fuerza colosal, sus velas son alas que lo propulsan y
sustentan casi sin aletear. El velero siempre da noblemente lo mejor de sí. Citando
a Joseph Conrad (1857-1924) capitán de la época heroica de la vela y novelista
marinero exquisito: “De todas las criaturas vivas de la tierra y el mar, son
los barcos las únicas que no se puede engañar con pretensiones vanas, las
únicas que no consentirán malas artes por parte de sus amos”.
No hay
dos veleros exactamente iguales, los veleros tienen alma y personalidad. La
personalidad es un rasgo que se distingue fácilmente en los barcos de madera,
aunque muchos construidos en otros materiales también tienen su propio
carácter. La personalidad y el carácter de cada velero se acentúan con el paso
de los años a medida que la nave madura y esa personalidad se define. Casi
todos tienen perfume propio y voz, que
se compone de los sonidos que emiten.
Su
alma se engendra en la sabia de la tierra y en la luz del sol que durante
muchas décadas animaron los árboles de cuyos troncos se cortaron las tablas que
forran el casco, sus interiores, molduras y pasamanos. Se nutre de las huellas
del intelecto, la sangre, el sudor, las lágrimas de las personas que los
diseñaron, los construyeron, los pintaron, forjaron sus herrajes metálicos,
cosieron sus velas, lo botaron cifrando en él sus sueños y se esfuerzan en
cuidarlo y mantenerlo como a un hijo.
Esa
alma alberga esperanzas, ansiedad, temores y recuerdos de todos aquellos que, impulsados
por el viento, empuñaron su timón y cazaron y filaron sus escotas y drizas.
Fundamentalmente, evoca alegría por los buenos momentos compartidos entre los
barcos y los hombres y mujeres que los aman y los disfrutan pasando a bordo
algunos de los momentos más intensos de sus vidas.
Los pueblos
indígenas de la Polinesia, grandes navegantes y constructores de veleros, creen
que aquellos objetos creados incorporando arte, tiempo y esfuerzo, se cargan en
mayor o menor medida de maná, un valor agregado intrínseco, espiritual. El maná
es la mejor manera de definir ese no sé qué tan intangible, esa sensación de
presencia viva que, también en mayor o menor medida, percibimos ante el
encuentro cercano con un barco a vela.
Hernán Luis Biasotti
Fragmento del libro "Claves para una navegación feliz", publicado con permiso del autor. Copyright de Hernán Luis Biasotti. Prohibida su reproducción sin su autorización expresa por escrito.